
De los aproximadamente 90 mil aspirantes a ingresar a la Universidad
(bachilleres recientes la mayoría) este año apenas 15 mil lograron entrar a la
educación superior pública según datos expuestos por el Ministro de Talento
Humano, Augusto Espinosa, el pasado 6 de noviembre en un foro sobre “calidad
académica” ofrecido en la Universidad de Cuenca.
¿Un problema de ahora? No. ¿Una deuda histórica? Desde siempre.
Las nuevas propuestas respecto a la Educación Superior en el país van abanderadas
de intensiones como:
·
Calidad
académica.
·
Mayor
acceso a la educación superior.
·
Investigación
en las universidades.
·
Cooperación
de las mismas.
·
Interés
colectivo.
Las críticas frente a estas propuestas se enfocan, muchas veces, en “la
aplicación intempestiva” de reglamentos y mecanismos que el régimen formula
para llegar a estas metas, como por ejemplo:
- · Sistema Nacional de Nivelación y Admisión, SNNA.
- · Reglamento de Escalafón Docente .
- · Acreditación de las Universidades.
- · Cierre de las universidades categoría “E” y plan de contingencia.
- · Acreditación de las carreras, etc.
Otras posturas, en cambio, acusan a las propuestas de mentirosas. Denuncian,
según su punto de vista, una intensión de privatización de la educación, de
convertir a las universidades en excluyentes (como si no lo fueran
históricamente), de atropellos a los derechos laborales de docentes y
administrativos.
El problema de estas posturas (además de ser vinculadas a intereses
politiqueros en muchos casos) es que las estamos pensando desde la concepción
de Estado-Nación que nos dejaron como herencia del sistema capitalista e
imperialista, que se asentó en la educación concibiéndola como espacios para
generar mano de obra calificada, que a su vez, pueda sostener el sistema que se
iba desarrollando en un mundo globalizado. Tuvo éxito.
Repensar la educación, entenderla como esa herramienta del pueblo para
desarrollar sus condiciones de vida, en función del bienestar común, nos
llevaría a pensar, por ejemplo, que no solo el acceso a la educación debe ser
masificada, sino el conocimiento también; que la gratuidad no significa
simplemente el no pago de matrículas y aranceles, sino que se trata de generar
las condiciones adecuadas para que la gente pueda estudiar y, que además es la
posibilidad real de aportar socialmente con el conocimiento adquirido en las
aulas.
Las necesidades respecto a la educación superior en el país y en el
mundo, no son de reivindicaciones gremiales, sino una urgencia de cambio
estructural, entender que las universidades no somos los únicos actores, pero sí parte importante de este cambio. Estos cambios necesitan de un pueblo listo para emprenderlas, pues
al repensar la educación, damos la espalda a sectores beneficiados por la
propuesta inicial de educación mercantilista. Esa acción tratará de ser
bloqueada.
En este escenario, la búsqueda de la nueva Universidad nos involucra como
sociedad en actores activos, críticos y propositivos de lo que necesitamos
construir. Que no nos ocurra lo de los años 70, (deuda histórica que nos
dejaron los entonces actores universitarios): buscar un ingreso indiscriminado de
estudiantes a la Universidad, a costa de la calidad académica y su visón social.
Actualmente los jóvenes universitarios organizados para repensar la
educación han propuesto como luchas primordiales una III Reforma Universitaria,
que potencie a la Universidad como un actor vital en la construcción social; que
se fortalezca la educación pública, con gran urgencia, en los niveles básicos y
bachilleratos a fin de dar condiciones de inclusión real a los sectores
históricamente vulnerados, entre otras plataformas de lucha.
Como decía Ernesto “el Che” Guevara: los universitarios son capaces de
sostener o derrumbar cualquier sistema económico. Entonces, los espectadores
con actitud de “lava manos” arriesgan la permanecía de la educación
mercantilista, pero tienen y tenemos la opción de trabajar activamente por la
construcción de la nueva universidad, de la nueva sociedad.
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